[Privado | Marlon C.] When the lights go out, we'll be safe and sound.

No habían pasado más que dos o tres horas desde su llegada, y era prudente decir que el hombre ya no era capaz de ubicarse. Tras varias vueltas, el astro rey le parecía salir en todas direcciones, y con ello su orientación claramente, se podía declarar como inexistente. Podría incluso afirmar que había visto aquel ventanal antes...¿o eran todos iguales?

Sin embargo, su sonrisa permanecía. Era una sonrisa de aquellas que uno tiene después de haber pasado seis horas en un vuelo comercial junto a un insomne parlanchín, o atorado en el tráfico cuando el calor sobrepasa el índice de tolerancia general, sólo para encontrarse al llegar a casa con una comida caliente y un abrazo igual de cándido.

Cierto era que lo que él halló a su llegada no era si no una taza de aluminio escarlata que ahora sostenía entre sus dedos, de la que ascendían espirales de fragante vapor. Dentro de esta, el marrón del café jugaba a danzar y besar al del chocolate bajo el resguardo que promovía la espuma como escondite. Contrastando así el dulce y el amargo, prefería entretenerse en saborear aquel placer culpable antes de estresarse por el obvio desvío a su destino.

La brisa otoñal danzaba entre sus cabellos al colarse por las ventanas abiertas, y a pesar de que llevaba el cuello de la camisa desabrochado y la corbata algo floja, no podía negar que se sentía tan relajante como un baño tras una larga jornada. La calma era absoluta, y eso le agradaba, aunque por supuesto que hubiese preferido haber disfrutado de ella plenamente en lugar de continuar preguntándose en dónde estaba y cómo llegar a su nueva oficina.

Una vuelta a la izquierda aquí, otra a la derecha por allá, y sin saber cómo, de pronto se vió en una atmósfera distinta. Una secuencia de notas flotaba en el aire, grácil y efervescente, asemejándose a las pompas de jabón que a los niños gustaba tanto perseguir en su ciudad natal -y estaba seguro que alrededor del mundo-. A ojos cerrados, dejó que su pensamiento otorgara formas y colores a la sinfonía que sabía de memoria, al tiempo que sus pies le guiaban irremediablemente hacia ella, avanzando sin cejar en sus esfuerzos por encontrarse con la que reconocía como pieza clave de alguno de sus veranos lejos de casa.


Ingresó al sitio sin percatarse siquiera de que lo hacía, y al advertir al productor del etéreo sonido, no pudo por más que aventurarse a aproximarse con una sonrisa un tanto más franca, sus pasos serenos y sin prisa alguna, puesto que lo que menos deseaba era interrumpir la pieza interpretada.  
- Disculpa la interrupción...-Musitó al llegar finalmente a una distancia en la que su voz era audible como para emitir aquel comentario sin invadir el espacio en que se desenvolvía aquel joven, ofreciendo como disculpa aquel gesto, esa sonrisa casi permanente pero no por ello menos sincera en conjunción con la tonalidad de su voz, sin inflexión agresiva ni urgencia alguna, como si su forma de expresarse fuese influenciada por la quietud del café ya tibio en la taza que aún sostenía.- Pero, si no es indiscreto, ¿puedo preguntarte en dónde aprendiste a tocar así? La única vez que he visto interpretar esa pieza de ese modo fue cuando traté con su compositor...